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E
l Mercedes-Benz GLA 220
4Matic baja por los cerros de
la Cordillera de la Costa has-
ta llegar a Pichilemu, Región
de O’Higgins, la capital chi-
lena del surf y uno de los si-
tios más atractivos a nivel mundial para
practicar este deporte. Después de pasar
algunas edificaciones, como el Centro
Cultural Agustín Ross, que reseñan el es-
plendor de otras épocas para este balnea-
rio, sigue viaje por algunos kilómetros
más hasta llegar a Punta de Lobos, que
marca el extremo sur de la playa. El lugar
es la sede del Big Wave Tour de la World
Surf League, pero desde hace poco más
de dos años es también un sitio donde
se produce un encuentro perfecto entre
el surf y la mejor experiencia hotelera de
la zona centro-sur del país: el Hotel Alaia.
Su nombre no es casual. La Alaia es una
tabla de surf de madera muy fina, sellada
con aceite de linaza y cera de abeja, que
utilizaban antiguamente los hawaia-
nos: fueron las primeras que hubo en su
tipo en el mundo. Al traspasar el portón
de bienvenida, el GLA se adentra en un
mundo que, en tres hectáreas de terreno,
ofrece todo lo necesario para disfrutar de
Pichilemu y sus alrededores: alta gastro-
nomía, habitaciones finamente diseña-
das en madera, clases de surf y un acceso
privilegiado a Playa Hermosa. “Estamos
muy enfocados a las actividades outdoor
y, específicamente, a lo que es el surf. Por
eso nos localizamos en Punta de Lobos,
con una de las 10 mejores olas del mun-
do”, dice Juan Pablo Álvarez, gerente co-
mercial del Alaia.
Los seis módulos del Hotel Alaia, rús-
ticos y minimalistas, albergan 12 dormi-
torios (que pueden conectarse en caso
de que asistan familias), desde donde se
puede apreciar la suave brisa playera y el
viento que sacude los pastizales, disfru-
tar de su amplia superficie de arena negra
y observar en el horizonte cómo los sur-
fistas enfrentan las olas.
AL RITMO DEL RELAJO
El lugar, diseñado por Nicolas Pfen-
niger y decorado por Paulina Catafau,
muestra la calidez de la madera en todo
su esplendor, combinada con algunos
toques basados en tablas de surf (como
los llaveros y los números de las habita-
ciones, más algunas alaias que decoran
las paredes) y adornos de mimbre. El pa-
norama se complementa con una chime-
nea junto al sector del restaurante, que
calienta un living donde se puede degus-
tar alguno de los ocho tragos de autor de
la casa, como el Baya Baya, elaborado en
base a maqui, jugo de limón y pisco Hor-
cónQuemado. Ahí, al ritmo suave del jazz
ambiental y hojeando un libro que refleja
la historia del rock en las décadas del 70 ó
del 80, es el momento para alzar la vista,