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contemplar el mar a través de los inmen-
sos ventanales y pensar en el próximo
paso: la comida.
La oferta del restaurante, abierta a
todo el público, se destaca por una com-
binación entre los ingredientes autócto-
nos de Pichilemu y la cocina tradicional
chilena y mexicana, gracias a su diverso
equipo culinario. “Nos enfocamos en
buscar productos frescos, principalmen-
te del mar, que trabajamos con técnicas
de gastronomía internacional”, dice la
chef del hotel, María José Bastarrechea.
La idea es favorecer la huella de carbono
y el suministro local, por lo que cuentan
con carnes –vacuno, pato, pollo y conejo–
y vegetales de la zona (a no más de 100
kilómetros de distancia), además de una
carta de vinos del Valle de Colchagua, que
incluye un trabajo especial –aunque no
exclusivo– con la viña Viu Manent.
La carta cambia cada temporada, según
las estaciones del año, y también cuenta
con platos especiales con productos espe-
cíficos que pueden llegar enalgúnmomen-
to, como erizo o algún tipo de pescado. Sin
embargo, aquel que destaca es el Punta de
Locos, un salteado de locos y camarones
conmojo de ajo (mantequilla marinada).
Al finalizar la jornada, puede ser el tur-
no de ir al borde de la playa para bañar-
se en una de las dos cubas calentadas a
leña, o bien de dirigirse a la habitación,
donde es posible sentarse en su amplia
terraza de madera para contemplar el
horizonte, disfrutar de masajes, sentar-
se a escribir en un sólido mesón o dis-
frutar de un café de grano de Colombia,
Brasil o Kenia, a la espera de lo que depa-
re el nuevo día.
OCUPACIÓN TOTAL
El hotel, además de ser un lugar para
dormir y relajarse, es un sitio abierto para
que la comunidad practique deportes y
disfrute de la playa. Por eso, cuenta con
un bowlpark para practicar o tomar clases
de skate, un muro de escalada, paseos en
stand up paddle (tabla de surf a remo)
e instalaciones al borde de la arena con
hamacas, mesas y todas las atracciones
de un bar playero. Todos ellos se comple-
mentan con clases de yoga y de entrena-
miento funcional.
Sin embargo, el corazón aquí es la es-
cuela de surf, dirigida por Reinaldo Ibarra,
“Chacha”, uno de los estandartes nacio-
nales de la disciplina. En este lugar hay
tablas y trajes que permiten impartir cur-
sos grupales o individuales unos 300 días
al año, sin importar mucho el clima, para
que los recién iniciados aprendan y pue-
dan tener una experiencia independiente
con las olas después de cinco sesiones.
“Queremos que las parejas y las fami-
lias lleguen y ocupen todo el hotel. Tene-
mos profesores muy capacitados de ska-
te, escalada y surf, entre otras disciplinas.
Ojalá que acá puedan estar todo el día
haciendo diversas actividades”, resume
Juan Pablo Álvarez. Éstas se complemen-
tan con experiencias que van fuera de las
instalaciones. Se puede ir al humedal de
Cahuil, a seis kilómetros del hotel, en
stand up paddle o kayak, o bien tomar
otra opción más confortable, como su-
birse al Mercedes-Benz GLA 220 4Matic,
colocarlo en modo Eco y partir rumbo a
las playas cercanas a disfrutar del mar o
de una buena visita a las viñas del Valle
de Colchagua.
LOS SEIS MÓDULOS DEL HOTEL ALAIA, RÚSTICOS Y MINIMALISTAS,
ALBERGAN 12 DORMITORIOS, DESDE DONDE SE PUEDE APRECIAR LA
SUAVE BRISA PLAYERA Y OBSERVAR EN EL HORIZONTE CÓMO LOS
SURFISTAS ENFRENTAN LAS OLAS.