Kaufmann Ed_67
16 REPORTAJE A ire puro. Cuestas pronun- ciadas con sus valles. El mar que se cuela por todos la- dos. Pastos altos que ondean al viento aterciopelando el terreno. Lluvia sorpresiva. El sol que enciende los campos de verde fosfores- cente. La marea que sube y baja cada seis horas. Casas coloridas con tejuelas de madera, los años reflejados en sus vetas. Puertas en la planta alta para que salgan los brujos. Iglesias de madera a escala humana, Patrimonio de la Humanidad y huellas de la convivencia colonial. Papas y ajos famosos. Coloridas embarcaciones acostadas sobre la arena en las bajantes. Mercados en los que no hace mucho per- sistía el trueque. Gente mayor que sigue viviendo de productos de la tierra y del mar. Chilotes cuidadosos del medio am- biente. Esas son algunas de las postales que quedan en la mente luego de dejar atrás Chiloé. A este archipiélago se llega cómoda- mente, tras dos horas de viaje en avión desde Santiago. Está compuesto por la isla Grande de Chiloé y varias islas pe- queñas, que se conectan con el continen- te a través de ferris. Su capital es Castro, la tercera ciudad más antigua de Chile. En total, el archipiélago tiene una super- ficie de 9.181 kilómetros cuadrados y una baja densidad de población: aproximada- mente 180.000 habitantes. Dicen que es la tierra de todos los cli- mas. Uno nunca sabe si lloverá o saldrá el sol. De hecho, es algo que puede suceder varias veces en un mismo día. Hay mucha humedad y eso hace que la vegetación sea muy verde y generosa. Las araucarias aquí son compactas, sin grietas. Mucho campo, poca urbanización. En los pue- blos, abundan las rosas en los jardines y las flores autóctonas de vivos colores. Todas las construcciones chilotas están hechas de madera y en cada una de ellas pervive el paso del tiempo. Los estilos arquitectónicos de los colonizadores se entremezclaron armónicamente con las influencias aborígenes, lo que dio como resultado un estilo único. El barroco, el neoclásico e incluso el neogótico fueron tendencias que se adaptaron a la made- ra chilota y también a las condiciones del clima. Sonmuy típicas del lugar las tejue- las que revisten las paredes y techos de las casas, las iglesias y hasta los panteo- nes de los pequeños cementerios. Están hechas de la roja madera de los alerces, hoy especie protegida. Las iglesias, se- gún la UNESCO, son un ejemplo único en América de una extraordinaria arqui- tectura religiosa en madera. Dieciséis de ellas han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad. Tanto extranjeros como locales estu- vieron involucrados en su construcción. Las primeras capillas fueron construidas de manera muy rústica, usando tablas y tablones, vigas de ciprés y techos de paja, pronto reemplazados por tejuelas. Se emplearon tarugos de madera du- rísima, por lo general luma, con un sis- tema de ensambles sin clavos. Desde el siglo XVII, los religiosos encargados de la evangelización de las islas fueron los jesuitas, quienes establecieron un siste- ma llamado Misión Circular. Esta duraba ocho meses y significaba recorrer en total unos 4.000 kilómetros en canoa y a pie. Estaban tan repartidos que la estadía en cada capilla duraba solo un par de días y durante el resto del año, la vida religiosa quedaba a cargo del fiscal, un laico.
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